¿Es la Biblia nuestra principal autoridad?

Por David Pallmann

Muchos cristianos opinan que es incorrecto mostrar a los no creyentes evidencias de la verdad que hay en el cristianismo.[1] Estos cristianos consideran, que el método apologético tradicional es una afrenta a las Escrituras al no darle el respeto y el lugar que éstas merecen. La preocupación radica en que al exhibir evidencias sobre la veracidad de las Escrituras se le dará más importancia a la evidencia y no a la Escritura. Este razonamiento puede ser expuesto así:

¿Es la Biblia nuestra principal autoridad?

  1. Si una labor nos lleva a considerar que algo tiene mayor autoridad que la Escritura, como cristianos, no debemos participar en ella.
  2. Proporcionar evidencias de la veracidad de la Escritura implica elevar la autoridad de la evidencia sobre la Escritura.
  3. Por lo tanto, los cristianos, no deberían emplear la evidencia para demostrar la veracidad de la Escritura.

Michael Krueger expresa este mismo sentimiento al decir,

“Si la línea argumentativa lleva al no creyente a creer en la Biblia porque esta tiene un sello de aprobación por parte de la ciencia, la arqueología y la crítica histórica; estas disciplinas y no la Biblia serán su autoridad fundamental.”[2]

En este artículo espero demostrar que el apologeta tradicional puede responder este tipo de argumento desde dos frentes. Una vez que convengamos lo que implica decir que la Escritura es la principal autoridad para uno mismo, será más evidente que la creencia no es contraria a presentar evidencias sobre la veracidad de la Escritura. En pocas palabras, la apologética tradicional basada en evidencias afirma que la Escritura es la principal autoridad del cristiano.

Dos tipos de autoridad

Para no errar debemos comprender que hay dos tipos de autoridad. El filósofo polaco Józef Maria Bocheński hizo una importante distinción entre la autoridad deóntica y la autoridad epistémica.[3] Una autoridad deóntica es aquella que está capacitada para decirte cómo debes comportarte. Algunos ejemplos de esta autoridad son tu jefe o un policía. Estas personas pueden decirte, hasta cierto punto, qué hacer.

Una autoridad epistémica es muy diferente. Las autoridades epistémicas están facultadas para decirte qué debes creer. Ejemplo de esto son el erudito, el doctor o algún otro tipo de experto. Estas personas tienen muchos estudios y pueden ser llamados “autoridades”, solo en su área de conocimientos.

La principal diferencia entre la autoridad deóntica y la autoridad epistémica está en los ámbitos donde ejercen su influencia. Las autoridades Deónticas te dicen cómo comportarte. Las autoridades Epistémicas te dicen qué creer.

Aplicando la distinción

Ahora que sabemos que existen dos tipos de autoridades, vamos a explicar qué significa decir que la Escritura es nuestra principal autoridad. Parece ser bastante evidente que esta frase implica que la Escritura es una autoridad deóntica. Cuando alguien dice que la Escritura es su principal autoridad es, en esencia, decir que primero debe obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29). La Escritura determinará el comportamiento de un cristiano, aunque ésta entre en conflicto con otra autoridad (por ejemplo, el gobierno).

Razonado de esta manera, es evidente que el argumento original peca de equivocación. La primera premisa hace referencia a una autoridad deóntica, y la segunda premisa hace alusión a la autoridad epistémica. Debido a ello y bajo un entendimiento deóntico de la Escritura como la autoridad principal del creyente, la conclusión del argumento no es válida.

La Escritura como una Autoridad Epistémica

Aunque el argumento es inválido desde la perspectiva de autoridad deóntica de la Escritura, existe un inconveniente. La Escritura no solamente nos indica cómo comportarnos, también nos dice qué creer. Así que, no solo la Escritura es una autoridad deóntica, también se desempeña como una autoridad epistémica. ¿Debemos también considerar a la Escritura como nuestra principal autoridad epistémica?

Para contestar esta pregunta debemos tener un claro entendimiento del papel que desempeñan las autoridades epistémicas en la formación de creencias fundamentadas. En primer lugar, debemos reconocer que las creencias que se basan en las autoridades epistémicas tienen intrínsecamente una justificación más débil que las que se basan en las evidencias. Esto se debe a que, cuando el conocimiento es adquirido por medio de la autoridad, hay un elemento más en la línea que aleja al creyente de la verdad de la creencia. Cuando alguien cree un argumento que tiene su base en la evidencia, la unión entre esa persona y la verdad de la creencia es más fuerte. Cuando se depende de la autoridad epistémica, se está confiando en que la autoridad ha fundamentado correctamente sus creencias (¡y ojalá sea!) en un conjunto de evidencias y a las cuales el creyente no tiene un acceso libre e independiente. Lo indirecto de la creencia propicia más oportunidades para que se cometan errores. Por lo tanto, cuando una creencia se sostiene por los dichos de una autoridad es poco probable que sea verdad, contrario a lo que sucede con una creencia que directamente está basada en la evidencia. Esto nos lleva al siguiente razonamiento: Las autoridades epistémicas no son valiosas porque poseen algo preciado que emane de su autoridad. Son valiosas por ser el medio que nos conectan con la verdad. Las Autoridades Epistémicas son útiles mientras puedan lograr esa meta. Tal y como Richard Feldmen observa:

Las reglas inferenciales no son excelentes porque son utilizados por los expertos. Sino que los expertos son buenos maestros de buenos métodos porque tienen una mejor comprensión de lo que está pasando.”[4]

Ahora, nada de lo expuesto tiene el propósito de minimizar la importancia y contribución de las autoridades epistémicas. Es evidente que no podemos tener a nuestra disposición toda la evidencia relevante para cada posible creencia. Es ahí donde las Autoridades Epistémicas nos otorgan el acceso al conocimiento de algo sin tener que examinar con detalle cada evidencia. El precio que se paga por esta ventaja es que uno mismo se pone en mayor riesgo de haber adquirido una creencia que no es verdadera.

Para reducir este riesgo, es importantísimo que se tengan suficientes razones para decir que una autoridad es confiable. Si no hay manera de probar la confiablidad de una autoridad tendríamos que tomar una de dos posturas; o aceptamos ciegamente a cualquiera que se llame a sí mismo autoridad, lo que nos llevaría a hacer decisiones arbitrarias sobre a cuáles autoridades les tendríamos confianza o nos veríamos obligados a rechazar todo tipo de autoridad epistémica. Como John DePoe señala:

“Las autoridades desempeñan un valioso papel epistémico porque son fuentes para adquirir creencias y conocimientos comprensibles que de otra manera serían inaccesibles, o bien porque son capaces de acercarnos a los tesoros epistémicos en pocos pasos… Para mí, lo que más tiene importancia es elegir una autoridad que lo sea con razones, debo tener argumentos sólidos para considerarla una autoridad en las áreas donde se presenta como tal.”[5]

Es imposible tener una mayor autoridad epistémica cuando se considera que la autoridad es la principal fuente de conocimiento. Toda persona continuamente debe decidir si cree lo que una autoridad dice. Es su deber informarse y elegir en cuáles autoridades va a confiar, pero siempre es necesario el acceso a las evidencias de manera independiente.

La Principal Autoridad Epistémica

Claramente se ha expuesto que la evidencia tiene suma importancia cuando se busca demostrar algo. No hay forma de comparar entre la principal autoridad epistémica y la principal autoridad deóntica. Es por medio de la evidencia que juzgamos entre varias autoridades epistémicas y decidimos cuáles son dignas de confianza. Esto no niega que puede existir una autoridad epistémica principal de entre varias autoridades. Por ejemplo: Si yo presentase algunos síntomas y fuese a consultar a dos médicos para conocer su diagnóstico. Y un médico solo me hace preguntas de rutina mientras que el otro médico me practica un examen completo. Ambos doctores son autoridades, pero el que me hizo el examen completo es la principal autoridad, por lo tanto, su diagnóstico debe ser tomado con más seriedad. En este caso puedo decir que tengo una principal autoridad epistémica. Cabe destacar que la palabra “principal” está dentro de un contexto de comparación. Yo considero una autoridad como la principal entre otras autoridades, pero dentro de una misma área de conocimiento. De la misma manera el cristiano puede hacer de la Escritura su principal autoridad de entre otras autoridades (pastores, teólogos, etc.) en lo que respecta a la naturaleza, voluntad, carácter y revelación de Dios. Así que, desde cierto ángulo, la Escritura es la principal autoridad epistémica al compararla con otras autoridades, pues a la Escritura se le da un mayor peso epistémico.

Pero como la evidencia es fundamental para determinar quién tiene el título de autoridad, mantiene una prioridad epistémica sobre cualquier autoridad. Cabe destacar que esto apunta a que la evidencia no es en sí misma una autoridad. Desde este entendimiento de evidencia y autoridad, la segunda premisa del argumento inicial es falsa. Confunde la justificación con la autoridad. Aunque las autoridades tienen un rol legitimador, no toda justificación viene en forma de autoridad. Si así fuera, no tendríamos razón para confiar en ninguna presunta autoridad como tal.

Una última consideración

En mi opinión los cristianos que utilizan el argumento de “la principal autoridad” entienden algo muy diferente de lo que aquí presenté. Ellos no pretenden que la Escritura sea únicamente su máxima autoridad epistémica de entre una serie de autoridades sobre algún tema en particular. Parece que consideran que la Escritura debiese ser nuestra principal fuente de conocimiento. Condicionar la creencia en las Escrituras a la existencia de pruebas suficientes es admitir que las Escrituras no son la principal fuente de conocimiento.

No entiendo por qué esto es un problema para el apologista tradicional. Tener fe en una autoridad sobre la base de pruebas no compromete el estatus de esa autoridad ni convierte de alguna manera las pruebas en una “autoridad superior” en ningún sentido significativo. Solo debemos reconocer que son necesarias las demostraciones para creer que una autoridad es digna de confianza en lo que diga. Quizá algunos encuentren esta afirmación inaceptable. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿Creer sin prueba alguna? Esto sería irresponsabilidad epistémica. Es más, parece imposible. Porque, sin duda, antes de poder creer en las enseñanzas de las Escrituras, hay que conocerlas, ya sea oyendo o leyendo las Escrituras. Esto demuestra que la Escritura no puede ser la principal fuente de conocimiento.

Si los críticos continúan afirmando que el apologista tradicional pone a la evidencia como una autoridad superior a la Escritura, entonces solo debemos responder que ellos están afirmando que “principal autoridad” es sinónimo de “principal fuente de conocimiento”. Esta es una definición de “autoridad” que el apologista tradicional tiene derecho a rechazar. Si el crítico quiere seguir manteniendo esta definición de la palabra, creo que es evidente que arbitrariamente están creando definiciones y conceptos para acusar a los que no piensan como ellos, de socavar o minar la condición y posición de la Escritura. En cuyo caso significa que está enredando las cosas. Desde la perspectiva de los críticos, el apologista tradicional no siente incomodidad por no considerar a la Escritura su “principal autoridad”. Con esto, los críticos están poniendo palabras en el apologista tradicional, palabras que ningún apologista tradicional diría.

Resumen y Conclusión

En este artículo brevemente he expuesto una objeción a la apologética tradicional que afirma que el método tradicional convierte a la evidencia en una autoridad que está por encima de las Escrituras. Hemos visto que el apologista tradicional puede dar una respuesta de dos tipos. Su primera respuesta puede ser el aseverar que la Escritura es su principal autoridad deóntica, pero esto no implica que sea su principal autoridad epistémica. Si el crítico argumenta que la Escritura también es una autoridad epistémica, el apologista tradicional puede contestar que las autoridades epistémicas están limitadas a temas muy específicos. Así, podemos reconocer a la Escritura como la principal autoridad epistémica para aprender las verdades acerca Dios, pero no se le puede reconocer como la principal autoridad epistémica para encontrar información exacta de Dios. Además, puede argumentar que la evidencia no funge como autoridad epistémica, sino que funciona como el medio para reconocer la competencia de una autoridad. Es claro que, si la evidencia no es un tipo de autoridad, entonces no pude convertirse en una autoridad superior a la Escritura.

Por lo tanto, concluyo que una vez que hemos aclarado lo que significa el argumento “la autoridad de la Escritura”, argumentos como el ofrecido en la introducción o bien son equívocos, son insensibles a la naturaleza de las autoridades epistémicas, o bien confunden toda justificación con un tipo de autoridad. En los dos casos, los argumentos no son válidos para llegar a esa conclusión. Por lo tanto, el apologista tradicional puede presentar con confianza evidencia a favor de las Escrituras sin sacrificar por ello la autoridad de estas.

Notas

[1] Hablo particularmente de los presuposicionalistas. Sin embargo, argumentos similares son comunes entre diversos críticos de la apologética. Tales argumentos no son exclusivos de los presuposicionalistas.

[2] Michael J. Krueger, “The Sufficiency of the Scripture in Apologetics” (La suficiencia de la Escritura en la Apologética) TMSJ-12/1 (Primavera 2001) Pág. 69-87.

[3] J. M. Bocheński, “The Logic of Religion” (La Lógica de la Religión) New York: New York University Press, 1965, Pág. 164-167.

[4] Richar Feldman, “Authoritarian Epistemology” (Epistemología Autoritaria) de Earl Conee y Richard Feldman Evidentialism (Evidencialismo), New York, NY: Oxford University Press, 2004, Pág 127.

[5] John M. DePoe, “A Classical Edentialist Response to Covenantal Epistemology” (Clásica Respuesta del Evidencialista a la epistemología del Pacto) en “Debating Christian Religious Epistemology (Debate de la Epistemología Cristiana), New York, NY: Bloomsbury, 2020, Pág. 167-168.

Recursos recomendados en Español:

Robándole a Dios (tapa blanda), (Guía de estudio para el profesor) y (Guía de estudio del estudiante) por el Dr. Frank Turek

Por qué no tengo suficiente fe para ser un ateo (serie de DVD completa), (Manual de trabajo del profesor) y (Manual del estudiante) del Dr. Frank Turek  

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David Pallmann estudia en el Trinity College of the Bible and Theological Seminary. También es miembro de la Society of Evangelical Arminians y dirige el canal de YouTube Apologetics ministry Faith Because of Reason.

Fuente del Blog Original: https://cutt.ly/Jm85zkT

Traducido por Gustavo Camarillo 

Editado por Yohangel Morales